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domingo, 3 de febrero de 2008

EL ALTER EGO DE LA IMAGEN









“A no ser que se produzca un milagro, esta será, la
última vez que Enrique Jekill piense con su propio
cerebro y vea su imagen reflejada en su espejo,
imagen profundamente alterada por el sufrimiento”.

El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde
(Robert Louis Stevenson)





Cuando percibimos la imagen cinematográfica remitimos nuestro sentido óptico a la simpleza de la misma, sin hacer una detallada lectura de sus signos, símbolos y códigos. Esa exploración conlleva a un elemento que todo creador y artista lleva implícita: el desdoblamiento de su interioridad, traducido en fantasmas, sueños o en la creación de otro yo, fiel representación de la dualidad humana.

Este desdoblamiento siempre se ha hecho presente a lo largo de la historia de la humanidad, desde el uso de la máscara como manifestación tribal y ritual así como teatral, hasta llegar al cómic donde un personaje llamado Clark Kent, prototipo del hombre medio norteamericano, tímido y sin fuerza física, pero que tiene en su interior un Superman de origen intergaláctico. En Calvin y Hobbes, una aparente trivial tira cómica, Hobbes es la proyección totémica de las fantasías infantiles _representados en Calvin _ para satirizar el incomprensible mundo de los adultos.

Ejemplos de esta naturaleza hay muchos, sin embargo el alter ego se proyecta y encarna en cada uno de nosotros, pero de manera inusitada en los artistas y creadores por su capacidad imaginativa. No es extraña entonces la vieja intuición de que el artista bordea los fueros de la enfermedad mental, lo cual contribuye a aproximarnos al problema decisivo de la creación. Según el psicoanalista Mauro Torres la misma inspección no especializada puede advertir sin gran esfuerzo como los medios artísticos son viveros de alteraciones psicológicas y como, por otro lado, el artista o sucumbe a la locura o arrastra una vida de penalidades nerviosas (1). Es comprensible el fenómeno que se presenta cuando al contemplar las imágenes en movimiento, observamos no al creador, sino símbolos de indudable valoración estética y conceptual, producto de una visión personal del mundo y de la vida.

En la literatura, los escritores plantean un universo y dentro de ese universo se desplazan múltiples personajes. A uno les agrada la resonancia continua del pasado (Proust); a otros, la huida del tiempo a través de los recuerdos y la angustia (Flaubert; Baudelaire), en el cine la representación creativa no varía sustancialmente de la dinámica literaria en su fondo sino en su forma. La cámara suple la maquina de escribir o la pluma, con el precedente que en el cine la imagen tiene una aparente comprensión, mientras la literatura exige un mayor esfuerzo mental. Empero los niveles espacio-temporales definen el estilo del realizador cinematográfico quien a su vez desplaza su otro yo a nivel de tótem utilizando para ello un modelo hecho a su semejanza pero con características disímiles de su creador. Charlot (el vagabundo) personaje gestado y desarrollado por Charles Chaplin, uno de grandes cómicos del cine mundial, es un claro ejemplo de ternura, altruismo y anarquía ajenos en parte a Chaplin en su vida personal, al decir de muchos de sus biógrafos y conocidos. A Chaplin se le conoció por un desaforado instinto sexual y causante de múltiples escándalos, características que nunca dejo reflejada en su alter ego “el vagabundo”, este personaje oscilaba entre la ingenuidad, candidez sexual y hambre, esta última Chaplin la sintió muy de cerca en sus primeros años de actor de teatro y burlesque.

Luís Buñuel, el vanguardista y anticlerical director de cine aragonés, pionero del cine surrealista manifiesta en una de sus conversaciones con Max Aub a propósito de Don Lope, el personaje masculino de Tristana: “si yo soy Don Lope. Ha venido a ser mi historia. Muy liberal, muy anticlerical al principio, y, a la vejez, sentado en una mesa camilla, tomando chocolate, ¡que maravilla de chocolate! hablando con los curas. Y la nieve afuera”. Es bien conocido el ateísmo de Buñuel, sin embargo, muchas de sus cintas contienen unos evidentes símbolos de la iconografía religiosa: Nazarin, la historia de un sacerdote en un México convulso, pretendiendo seguir la filosofía de Cristo y su vía crucis, demuestra las posiciones contradictorias que tenia Buñuel frente a los preceptos filosóficos- religiosos adquiridos durante su formación en el Colegio de los Corazonistas de Zaragoza y el Colegio del Salvador de los jesuitas. Indicando de esta manera el distanciamiento buñueliano a titulo personal, y al mismo tiempo su acercamiento en el imaginario de sus cintas: Simón del Desierto, El Ángel exterminador, La Vía Láctea, entre otras. Conocedor profundo de ese ambiente religioso y burgués, Buñuel lo satiriza y ridiculiza, pero al mismo tiempo llega a los estados de límite aceptación. Ambivalencia que le permite construir su propio universo.

Los extremos conviven en una misma personalidad creativa, revelando de esta manera en su obra los problemas de su entorno social y afectivo, buscando nuevas formas de expresión. La intención es comunicar todo lo concerniente a su imaginario, desplazando uno de los extremos en una proyección visual y simbólica a la manera de un Mr. Hyde, pero con unas características físicas y sicológicas propias.

El imaginario artístico en sí mismo es un complejo de inusitada dinámica, los creadores así lo saben, como en su momento lo supieron Chaplin y Buñuel y muchos más quienes con su aporte permitieron que la imaginación se presentara como renovadora, o más bien recuperadora de experiencias vividas y lanzarlas al mundo en imágenes para que se conviertan en instantes de eternidad.

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