Todas y cada una de las diferentes manifestaciones del hombre estan intimamente ligadas a la lucha entre el bien y el mal. Esa alteridad es el punto desencadenante de la existencia. Con estas condicionantes de alteridad el ser humano a lo largo de su desarrollo social, politico y cultural ha validado profundas transformaciones en todos los órdenes, ha construido un mundo que oscila entre lo racional y lo irracional, entre lo material y lo espiritual, entre lo moderno y lo tradicional, en sintésis ha demostrado que es capaz de consolidarse sobre la barbarie como alternativa de cambio para justificar su prevalencia, olvidando de lado su irreductible impotencia ante los fenomenos que le rodean.
Si nos referimos al bien y el mal como reflexión ontólogica, tendremos que remitirnos necesariamente a todas las culturas y civilizaciones, que desde nuestros origenes, han reflejado esa permanente contradicción en busqueda de lo absoluto, o en algunos casos de la divinidad creadora como respuesta a su estadia en el mundo. Esa busqueda desencadena polarizaciones políticas, filosóficas, religiosas y espirituales. Surgen entonces las doctrinas como mecanismos de interpretación y de análisis discursivo sobre el origen existencial, el hombre cuestiona y procede en consonancia a esos cuestionamientos y su primera explicación es la prevalencia de contrarios (la claridad y la oscuridad, lo negro y lo blanco, lo sucio y lo limpio, el rico y el pobre, el amo y el esclavo, el burgués y el proletario) condiciones que le permiten justificarse para condicionar su desarrollo sociopolítico y cultural llevando consigo signos inevitables de barbarie (la guerra como síntoma y la razón como excusa hermeneútica). Y es desde este enfoque socioantropológico y filosófico, en que el hombre en su proceso de desarrollo experimenta y logra grandes descubrimientos cientificos, apoyado en la firme convicción de que hay que destruir para construir como reflexión dialéctica. Descubre el atomo, la luz eléctrica, el vapor como fuerza propulsora, entre otros como signos inequívocos de procesos de modernización.
La modernización también significa el proceso de aceptar y adoptar elementos de otras civilizaciones, de culturas que pueden ser muy diferentes. Los procesos de industrialización y urbanización en la Europa del siglo XIX, no hayan planteado menos problemas de adaptación a la población rural que, por ejemplo, la cristianización de Europa en el alto medioevo, o la aceptación de muchos objetos e ideas 'occidentales' entre pueblos de otras regiones. En este sentido, la modernización es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su larga y turbulenta historia. Sin embargo, por otro lado, el concepto de modernización ha asimilado el significado de 'pertenecer a la sociedad occidental contemporánea, como si ésta hubiese sido una condición a la que aspiraba casi toda la humanidad. A quien no parezca compartir esta opinión, por las razones que sea, se le encasilla como 'atrasado' o 'ligero' y se ve condenado a desaparecer en un futuro previsible. Si se observa desde la perspectiva del 'nuevo desarrollo', todas las sociedades que aún no han alcanzado el estadio de desarrolladas parecen irremediablemente atrasadas, 'tradicionales' y con necesidades de modernizarse.
Si nos referimos al bien y el mal como reflexión ontólogica, tendremos que remitirnos necesariamente a todas las culturas y civilizaciones, que desde nuestros origenes, han reflejado esa permanente contradicción en busqueda de lo absoluto, o en algunos casos de la divinidad creadora como respuesta a su estadia en el mundo. Esa busqueda desencadena polarizaciones políticas, filosóficas, religiosas y espirituales. Surgen entonces las doctrinas como mecanismos de interpretación y de análisis discursivo sobre el origen existencial, el hombre cuestiona y procede en consonancia a esos cuestionamientos y su primera explicación es la prevalencia de contrarios (la claridad y la oscuridad, lo negro y lo blanco, lo sucio y lo limpio, el rico y el pobre, el amo y el esclavo, el burgués y el proletario) condiciones que le permiten justificarse para condicionar su desarrollo sociopolítico y cultural llevando consigo signos inevitables de barbarie (la guerra como síntoma y la razón como excusa hermeneútica). Y es desde este enfoque socioantropológico y filosófico, en que el hombre en su proceso de desarrollo experimenta y logra grandes descubrimientos cientificos, apoyado en la firme convicción de que hay que destruir para construir como reflexión dialéctica. Descubre el atomo, la luz eléctrica, el vapor como fuerza propulsora, entre otros como signos inequívocos de procesos de modernización.
La modernización también significa el proceso de aceptar y adoptar elementos de otras civilizaciones, de culturas que pueden ser muy diferentes. Los procesos de industrialización y urbanización en la Europa del siglo XIX, no hayan planteado menos problemas de adaptación a la población rural que, por ejemplo, la cristianización de Europa en el alto medioevo, o la aceptación de muchos objetos e ideas 'occidentales' entre pueblos de otras regiones. En este sentido, la modernización es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su larga y turbulenta historia. Sin embargo, por otro lado, el concepto de modernización ha asimilado el significado de 'pertenecer a la sociedad occidental contemporánea, como si ésta hubiese sido una condición a la que aspiraba casi toda la humanidad. A quien no parezca compartir esta opinión, por las razones que sea, se le encasilla como 'atrasado' o 'ligero' y se ve condenado a desaparecer en un futuro previsible. Si se observa desde la perspectiva del 'nuevo desarrollo', todas las sociedades que aún no han alcanzado el estadio de desarrolladas parecen irremediablemente atrasadas, 'tradicionales' y con necesidades de modernizarse.
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