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martes, 26 de febrero de 2008

LA EDUCACIÓN DESDE UNA PERSPECTIVA CRÍTICA DE LA INVESTIGACIÓN HASTA EL HECHO CULTURAL


“Un hombre culto de verdad sabe que lo que sabe es apenas una pequeñísima fracción de lo que ignora, apenas una costa de un gigantesco continente lleno de secretos y enigmas entre las brumas”.
Ernesto Sabato


El hombre es un ser cultural por naturaleza, sus propósitos esenciales a lo largo de su existencia, están precisamente ligadas a su desarrollo como generador de cultura, podemos inferir la dimensión y aplicabilidad en un contexto que va de lo simple a lo complejo.

La educación desde esa perspectiva ha modelado procesos de desarrollo social y por ende es y debe ser dinamizadora del hecho cultural. Históricamente dichos procesos van amparados por la labor que ejercen las instituciones educativas en el fomento de la investigación como factor de crecimiento social y cultural, dicho compromiso es asumido desde la docencia como pilar fundamental para el crecimiento individual y colectivo, gestándose así la interacción investigación, desarrollo y cultura, tres grandes núcleos que consolidan el quehacer docente.

Paralela a esa idea, la docencia se ejerce en función de fomentar logros en el pensamiento y por ende en el desarrollo del conocimiento, y no como mediadora de conceptos y de simple retórica. La investigación en educación se ha dirigido a buscar relaciones entre el logro de objetivos de aprendizaje y el tamaño de las clases, el numero de estudiantes, los diferentes métodos de enseñanza y los recursos educativos, generándose resultados en función del aprendizaje de poca significación, si se tiene en cuenta que la investigación es profundización, análisis y reflexión sobre un fenómeno especifico que permite transformar una problemática. Esa dimensión crítica de la actividad docente nos remite incuestionablemente al entorno donde se focaliza en algunos casos la carencia y la problemática de su ejercicio: la universidad.

Si nos remitimos históricamente, el papel que ha desempeñado la universidad como propiciadora de procesos de formación del quehacer cultural ha sido determinante para el desarrollo potencial de una sociedad. Cuando surge la universidad en el siglo XII se inicia un proceso de secularización del saber, los procedimientos docentes empleados eran la explicación, la discusión de los argumentos, la interpretación de las artes liberales, el cuestionamiento y la repetición. En ese sentido era deber de los profesores transmitir esos saberse a los alumnos. La investigación como procedimiento de enseñanza aprendizaje se incorpora en el siglo XV, entendida como una reflexión critica y racional del conocimiento científico, surgiendo una incompatibilidad en la función de enseñar investigar, porque se asumió que las universidades sólo podían investigar lo que tuviera una utilidad social y formativa, lo cual es indicador de cómo el pensamiento medieval infería en la posibilidad del conocimiento reduciendo las condiciones propias de la investigación. Esos criterios de como es conducente la investigación, pese a algunas consideraciones teóricas que aportan luces a la entrada del siglo veintiuno, argumentan hasta que punto la universidad y los docentes son y deberían ser facilitadores de la investigación dentro del proceso enseñanza aprendizaje. Aun hoy, esas consideraciones siguen siendo cuestionadas en la medida en que la universidad como ente social y dinamizador de procesos formativos y el docente como eje de esos procesos, han entrado en una etapa de desgaste por cuanto la inmanencia y el deseo de generar investigación han perdido sus propósitos esenciales.

Aunque muchos teóricos aducen que la relación entre investigación y enseñanza se encuentran íntimamente ligadas para lograr resultados en la formación integral de los estudiantes, lo paradójico resulta ser la aplicabilidad de la investigación en un contexto social, no es investigar por investigar, sino que esto conlleve al mejoramiento continuo de la sociedad a la cual se destina modelos de investigación gestados desde las mismas universidades con miras al desarrollo de la cultura.

Precisamente el filosofo y pensador español José Ortega y Gasset, asume “como función de la universidad la transmisión de la cultura”. Esto implica el reconocer los referentes en los que la cultura se define y permite correlacionarla fácilmente con la educación.

Los desafíos y retos de la universidad como organización social al servicio del conocimiento está orientadas hacia ese fin, por ser un soporte clave en la cualificación y un punto de medida del acontecer social, por lo tanto se hace necesario replantear el cómo se enseña y a quien y conque propósitos se enseña, esta disyuntiva permite establecer que tipo de universidad se tiene y hacia donde están planteados sus derroteros. Una universidad cuya función social frente al conocimiento es la de formar investigadores por medio de la investigación, reflexiva y critica o una universidad cuyos parámetros están orientados a ser generador de “productos” de calidad convirtiéndose en los modelos que el mercado laboral exige. El debate esta planteado desde una perspectiva histórica, si partimos del como se enseña indudablemente hay que remitirse a los esquemas curriculares y como cada uno de éstos aporta desde su construcción los objetivos y fines de la estructura universitaria así como los programas que desde su interior se definan y como son apropiados por los docentes en primera instancia, procesados y codificados para luego impartirlos a los estudiantes. Aquí se vuelve al punto central, si realmente el destino del docente es ser un transmisor de conocimientos, un facilitador o un formador de procesos culturales a través y desde la investigación. Lo cierto es que el docente debe ser un investigador ante todo y facilitar así el acceso al conocimiento, previo reconocimiento por su trabajo intelectual y social.

En esa medida los currículos como eje rector de la enseñanza dejaría de ser unos organigramas con unos simples contenidos que terminan reprocesados en los estudiantes, sin un eje articulador, dejando vacíos e inconsistencias. Ahora bien hasta que punto el manejo brindado a los currículos corresponden a la realidad y a las necesidades de la población estudiantil, son cuestionamientos que se deben hacer para y desde la universidad, que permita definir que clase de profesional se esta formando en su interior: Un gestor y fomentador de la cultura nacional a través de mecanismos investigativos y que al mismo tiempo sea productivo, o en su defecto un profesional fundamentalmente pragmático y mercantilista. En efecto, se ha comenzado a revisar los currículos de tal forma que relacione la investigación como parte del accionar de la universidad y como el docente tiene una participación real en el proceso que permita fomentar desde el interior su aplicabilidad al estudiante y como éste aprehende y aprende para generar resultados. Enseñar no es producir aprendizaje en otros, es fomentar el crecimiento social a través de esos otros, sin embargo, las condiciones de nuestros modelos curriculares y métodos de enseñanza están orientados a logros mediatistas frente a quien se enseña. Para tal efecto hay que redefinir el estudiante promedio quien se perfila como un simple receptor de datos e información, características que vienen soportadas desde la educación básica primaria y secundaria donde los métodos de investigación son precarios e ineficientes o simplemente inexistentes. Los resultados frente a esta problemática determinan una precariedad en la aprehensión del conocimiento por parte del futuro estudiante universitario y dificultades metodológicas en el docente y carencias en modelos de investigación reales de la universidad que permitan gestionar y fomentar el quehacer científico, cultural y social.

No se trata de justificar, o modificar los modelos curriculares desde una orientación meramente mecanicista, sino de profundizar el rol que juega la universidad como gestor de la cultura y la ciencia y como nuestro estudiante promedio, ante las carencias de formación, se enfrenta a una realidad donde el desafío es la supervivencia.

El debate esta dado desde una premisa fundamental, no es el simple maquillaje lo que modifica los valores y principios de la educación, sino la trasgresión donde convergen los actores comprometidos con su bienestar y proyección, de esa manera evitaremos la recurrente lamentación de lo que fue y pudo haber sido la educación como motor de desarrollo del país y de América latina, sino es así, entonces que siga la fiesta.

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